La palabra fracaso está acompañada de muchas connotaciones negativas a nivel social, tal vez porque se tiende a analizar el fracaso como algo estático e inamovible. Y conviene recordar que la vida es dinámica, cualquier profesional está en un constante aprendizaje.
Los fracasos del pasado no determinan a modo de causa y efecto fracasos futuros. De hecho, lo más probable es que si una persona analiza esas lecciones de sabiduría que se esconden detrás de cada fracaso, logre evolucionar y ganar confianza en sí misma para aplicar este aprendizaje práctico de un modo óptimo.
Una de las lecciones de aprendizaje más importantes que existe detrás de cada fracaso es que lo más importante es intentarlo, es decir, dar ese primer paso en el plan de acción hacia una meta. Sin ese primer paso, no existe un posible éxito potencial.
Otro de los aprendizajes de la derrota es que el fracaso es una posibilidad que forma parte de ese primer intento. Es decir, no existen certezas absolutas en la anticipación de visualizar un logro determinado. Siempre existe un margen de error.
Los fracasos con una lección de humildad, nos ayudan a tomar conciencia de nuestras fortalezas pero también, de nuestras debilidades. Unas debilidades que nos ayudan a identificar las áreas de mejora que son clave en el desarrollo personal y el aprendizaje.
Los fracasos ocurren por algo. Por tanto, es importante identificar qué ha fallado en el plan de acción porque la realidad no se agota en una única posibilidad y siempre existe la opción de hacer otros trayectos.